noviembre 10, 2007

Amores que matan



No podía conciliar el sueño, comencé a deambular por la estrecho pasillo que separa mi recamara de la sala, donde yacías tendido boca arriba. El asombro quedó grabado en tu mirada cuando me viste empuñar el puñal que hundí en tu corazón.
Esta vez no quise dejarte ir, y aunque había prometido ser una amante devota, esta vez acaté mis impulsos. Después de todo ya Sabina lo dice acertadamente:

Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres
porque el
amor cuando no muere mata
porque amores que matan nunca mueren
Tomé cuidadosamente tus labios, desgajándolos detenidamente de tu rostro, y con ellos comencé a recorrer nuevamente mi piel, recreando sutilmente nuestro reciente encuentro erótico. Sin embargo la sensación no fue suficiente, tuve que arrancar el cuchillo de tu pecho y con mucho cuidado corté tus manos, la sensación inducida de tus dedos recorriéndome, aun con el calor de tu sangre, me humedeció profundamente; no quise esperar más y corté delicadamente tu miembro para consolarme de tu ausencia. Esta vez el orgasmo fue inminente, no podrías abandonarme más.

4 comentarios:

Sebastian Filipputti dijo...

De verdad que alguna vez he tenido pensamientos similares con quien me ha herido en el corazón, pero con el tiempo me di cuenta que es mejor edificarte monolítico y acogedor, así eres tu quien se pueda dar el lujo de permitirle a otros disfrutar de tu interior y sus paisajes de extensas colinas y llanuras de piel...

Valkiria dijo...

Sebastian:
Sin duda cada experiencia nos alimenta, fortalece, destruye y reivindica. El amor es la posibilidad infinita de renacer como Ave Fénix. Y nos da la oportunidad del autoexilio para reinventanos y eregirnos nuevamente.
Gracias por la visita.

ceguera marchando dijo...

No dejo de pensar en tu comentario, no podría tener un aliciente más hermoso después de toda la ausencia.

Qué atinada la foto de Marge (jo)
Gracias, Valkiria.
Gracias por estar.

Arturo J. Flores dijo...

Prima:

Hoy tengo ganas de destazar a mi ser amada, sólo en pedacitos podría contener a mi musa en el refrigerador, para comerla poco a poco sin que me vuelva a abandonar.

¡Qué razón tenías, Caníbal de la Guerrero!