noviembre 10, 2007

Amores que matan



No podía conciliar el sueño, comencé a deambular por la estrecho pasillo que separa mi recamara de la sala, donde yacías tendido boca arriba. El asombro quedó grabado en tu mirada cuando me viste empuñar el puñal que hundí en tu corazón.
Esta vez no quise dejarte ir, y aunque había prometido ser una amante devota, esta vez acaté mis impulsos. Después de todo ya Sabina lo dice acertadamente:

Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres
porque el
amor cuando no muere mata
porque amores que matan nunca mueren
Tomé cuidadosamente tus labios, desgajándolos detenidamente de tu rostro, y con ellos comencé a recorrer nuevamente mi piel, recreando sutilmente nuestro reciente encuentro erótico. Sin embargo la sensación no fue suficiente, tuve que arrancar el cuchillo de tu pecho y con mucho cuidado corté tus manos, la sensación inducida de tus dedos recorriéndome, aun con el calor de tu sangre, me humedeció profundamente; no quise esperar más y corté delicadamente tu miembro para consolarme de tu ausencia. Esta vez el orgasmo fue inminente, no podrías abandonarme más.